viernes, 23 de mayo de 2008

EL VIAJE DE LOS DIEZ AÑOS (cuarta parte)




Después de una noche fresca en la tienda de campaña, y un duelo de ronquidos entre mi primo que dormía en la tienda de a lado y un servidor -según mi mujer dice que ronco- nos levantamos medio molidos de dormir en el piso duro, los niños con la pila cargada y listos para seguir correteando, nos dimos un merecido baño y renovamos energías, para ese momento ya estaban los tíos preparando café, poco a poco la cocina se fue convirtiendo en el punto de reunión, a pesar de ser amplia, estábamos unos pegado a otros, improvisando lugares donde sentarnos, primos, primas, sobrinos, todos platicando, riendo, en un ambiente lleno de cordialidad y sobre todo de calidez humana, puedo decir que ese fue el mejor café que he probado en toda mi vida.

Después de un delicioso recalentado, decidimos salir a caminar por los alrededores, llegamos a la reja de metal que marca el limite de la zona habitacional, y que desde hace muchos, muchos años, servia para que el ganado saliera a pastar al campo abierto, nuevamente los recuerdos llegaban en oleadas, uno tras otro, lo primero que me vino a la mente fue esa ultima calle, la mas empinada, pavimentada, desde su inicio a su fin, casas construidas a los lados, algo tan común,como en cualquier colonia, de cualquier ciudad, sin embargo para mi era algo nuevo, recordaba esa calle, bardeada con grandes piedras acomodadas de tal manera, que parecían cortadas a la mediada, haciendo un bardeado casi perfecto, la calle sin pavimento y llena de piedras, que hacia imposible que un vehiculo normal pasara por ahí, a menos que fuera uno de esos camiones de volteo que acarreaban viajes de piedra para las quebradoras, recordé el lugar donde alguna ves estuvo la llave de agua, donde a manera de juego acarreábamos agua a una de las tías que vivía casi en la ultima casa, en un par de recipientes colocados a los lados de un noble burro, que acostumbrado ya a esos menesteres hacia su trabajo casi de manera automática, como todo niño travieso, no desaprovechábamos la ocasión de treparnos al animal cuando venia de regreso a la llave sin su pesada carga, no faltaba el primo maldoso que le pegaba con una vara en las ancas al animal , haciéndolo reparar y a nosotros haciéndonos volar por el aire para caer pesadamente al suelo entre las piedras, cuanta suerte tuvimos de no rompernos un brazo o una pierna.
Me detuve por un momento a mirar la reja, a recordar las veces que de niño pasábamos horas y horas trepados en la reja disfrutando ese balanceo de un lado al otro, algunas veces me tocaba empujarla para que los que estaban arriba pudieran disfrutarlo, pero la mayoría de estas yo estaba bien agarrado y listo para el emocionante viaje, me vino a la mente como en aquellos tiempos no nos hacían falta las comodidades que teníamos en casa, nos divertíamos con las cosas mas simples, jugábamos entre las ramas de los árboles, o simplemente nos íbamos a cuidar los animales con el primo mas grande, así de simple era la vida.

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